Por Manuel Guillén
1. La herencia de la Modernidad
Contrario a lo que el conservadurismo piensa, el individualismo del siglo XXI ha sido más positivo que negativo.
Durante mucho tiempo, ha prevalecido en la opinión pública la creencia general de que el cambio de paradigma de lo comunitario a lo individual, en materia de la sociabilidad, ha traído consigo tendencias perniciosas como la pérdida de solidaridad, el egoísmo y el narcisismo mediatizado.
Sin negar que todo esto está presente en la sociedad contemporánea, pensar que solamente esas tendencias dominan la sociabilidad actual es solamente dar un vistazo superficial allí donde dinámicas más profundas y más importantes se verifican.
La Modernidad clásica (siglos XVIII y XIX), de la cual somos herederos, se desarrolló sobre cuatro pilares ideológicos fundamentales: i] la preeminencia del Estado sobre el individuo; ii] la administración del cambio político como principio de gobernabilidad; iii] la consolidación de la familia nuclear como conjunto primario de la economía y de la socialización y, finalmente, iv] la afirmación del mercado como principio rector de la creación de la riqueza.
Cada uno de estos supuestos estuvo acompañado de una serie de principios funcionales.
Así, la preeminencia del Estado implicó la difusión de los nacionalismos cuyo eje rector fue una historia nacional semi ficticia con sus héroes, orígenes y principios superiores.
El cambio político, que fue una consecuencia de las repúblicas emergentes, surgidas de la Revolución francesa y de la independencia de las 13 colonias (y su posterior influencia en las revueltas independentistas de América), estuvo regido por la democracia representativa y la afirmación de la soberanía popular.
La familia nuclear, como punto de partida de los vínculos sociales, trajo consigo la asignación de roles y la consolidación de estereotipos ligados al género, la edad y el desempeño económico individual.
Finalmente, el mercado como fuente de la riqueza social, implicó la idea del libre mercado y la participación equitativa de los emprendedores económicos en una dinámica de potencial riqueza infinita.
2. La era del escepticismo sociopolítico
Al cabo de poco menos de dos siglos, todos estos principios tuvieron fecha de caducidad. No tanto porque fueran falsos (aunque, de manera cierta, toda ideología implica componentes ficticios), sino porque dejaron de ser funcionales ante la ejecución efectiva de aquello que pretendían legitimar.
Los nacionalismos exacerbados tuvieron como resultado dos guerras mundiales, en el primer mundo; en tanto que en el Tercer Mundo dieron lugar a sangrientas reivindicaciones revolucionarias, del Congo a Cuba; de Nicaragua a Camboya.
La democracia representativa agotó su modelo al quedar claro que, en realidad es (y siempre lo ha sido) democracia de élites; y que la estrategia central de esas élites ha sido la administración paulatina de prebendas acotadas para el resto de la sociedad (del voto para varones jóvenes, a finales del siglo XVIII, al matrimonio igualitario, a finales del siglo XX) con la finalidad de perpetuarse como clase en el poder.
El pretendido libre mercado se reveló como capitalismo con el Estado (siendo su reducción al absurdo el capitalismo de Estado de la Unión Soviética ─1917-1989─) cuya intervención principalmente opera para proteger monopolios u oligopolios bajo un esquema de conveniencia de élites.
La familia, al cabo, terminó en un desequilibrio desmedido de poder al asignar un rol central a los varones trabajadores y el de comparsas a las mujeres amas de casa y la prole. Asimismo, canceló cualidades cruzadas como la inmensa capacidad intelectual y productiva de las mujeres, la capacidad para la crianza por parte de los varones y la bisexualidad en ambos géneros (atributo siempre latente pero de crecimiento exponencial en la era de la sexualidad postreproductiva).
3. El surgimiento de las alternativas posmodernas
Todo ello ha hecho explosión en la época contemporánea, desplazando al cabo de una sola generación las identidades tradicionales de la Modernidad.
Es aquí donde entra en liza la individualidad posmoderna cuyas posibilidades positivas e innovadoras, como se ha afirmado ya, muchas veces han quedado ensombrecidas por las reacciones conservadoras herederas de las anteriores identidades, con frecuencia amplificadas por los medios de comunicación de masas.
El nacionalismo generalizado e ideologizado se cambia por afinidades grupales: clubes deportivos, corrientes musicales, gustos artísticos, barrio donde se habita o universidad de la que se egresó, entre otros. Se tiene consciencia del acartonamiento de los héroes y de la ficción políticamente interesada que envuelve su supuesto legado. Por lo mismo, las subjetividades actuales prefieren “héroes” más reales y más cercanos. Que lo mismo pueden ser sus vecinos organizados ante un desastre natural que los atletas súper dotados de sus equipos deportivos preferidos.
La democracia representativa se encuentra en una crisis de legitimidad que se agrava en muchos lugares por la disolución de la frontera entre clase política y mafias y aún no es claro con qué será sustituida; si bien de manera incipiente, comienzan a probarse organizaciones comunitarias, autoayuda, pequeñas cooperativas de servicios públicos y toma de decisiones vecinales en asambleas deliberativas.
De manera relevante, los roles de género, y el género mismo, son modificados de acuerdo con la plasticidad individual y con la construcción sexual personal, que obedece tanto a las historias de vida subjetivas, a los componentes de atracción sexual genéticamente determinados (que no son necesariamente heterosexuales) y, finalmente, a elecciones individuales racionalmente tomadas que afirman, por ejemplo, el cambio de género, la flexibilidad de género y, por supuesto, el histórico e imprescindible homosexualismo.
Finalmente, el mercado ha cambiado profundamente en la superficie, pero muy poco en lo profundo. Quizá sea esto indicador de la vigencia de un periodo intermedio con un desenlace aún incierto. La aceleración tecnológica ha modificado el trabajo cotidiano en el último cuarto de siglo y, con el inesperado acelerador de la pandemia, los individuos se han convertido en el centro del peso laboral, pero no de la plusvalía. Hoy, los sujetos productivos cumplen ellos mismos con funciones antes repartidas entre varias personas; sus hogares son las oficinas y ellos son sus propias marcas, si bien aún tienen que repartir las ganancias de este ingente trabajo entre las corporaciones (derechos de uso, patentes, servicios varios) y el Estado (impuestos). Aunque se vislumbra en esto una nueva generación de súper trabajadores que, quizá, pueda retar la desmesura de la acumulación de capital en muy pocas manos.
En este rápido repaso de la circunstancia general de las identidades en nuestra era posmoderna, he querido dar un tono positivo: allí donde el conservadurismo afirma el lugar común de “crisis” (de los valores, de la familia, de las costumbres, de las instituciones, etcétera), es posible ver, en cambio, la renovación de las costumbres por medio del que quizá sea el único valor esencial de la hoy justamente cuestionada Modernidad: el pensamiento crítico con orientación humanista.
Recuadro: Prefiero morir de pie que pintar de rodillas de Demian Chango Mohar
Una de las obras de la nueva colección del artista Demian Chango Mohar, que ha resultado de las más significativas, es la de un plano medio corto de Emiliano Zapata (en escultura sería un busto), en técnica mixta sobre madera, de gran formato. Tomando como espacio simbólico de partida la consabida imagen del Caudillo del Sur, vinculada a una tradicional imaginería de lo mexicano, el artista interviene el espacio de la creación artística, primero, con una briosa estela de pinceladas que intentan cubrir la totalidad del espacio plástico, en una especie de impulso barroco para no dejar lugar vacío en el cuadro. Después, da un acabado sombrío a su Zapata, con unos ojos indistinguibles de dos grandes manchas de color negro dominando el rostro; cavidades incógnitas de difícil reconocimiento. Finalmente, contrasta al siempre ensombrerado Zapata con otro famoso sombrerudo mexicano: Speedy González de la división de caricaturas de Warner. Ratoncito alegre que parece interactuar con el solemne prócer revolucionario.
La pregunta por la identidad es patente en este pastiche de Chango Mohar. Ambos personajes archiconocidos son representantes de la identidad mexicana, aquí como en el extranjero. Mucho se ha dicho sobre el personaje de Speedy González: que si es un estereotipo pueril, que sí es discriminatorio, que si es incluso ofensivo. Pero haciendo los cambios pertinentes, cuestionamientos similares se pueden hacer en torno a Zapata: ¿verdaderamente fue un héroe nacional o solamente un líder regional? ¿Es, en realidad, la encarnación de la honestidad y la valentía o traicionó y vio primero por sí mismo, como todos los caudillos? Finalmente, y muy importante: ¿su apariencia (bigote extenso, pistola al cinto, ancho sombrero y espléndidos caballos) es el prototipo del macho mexicano; heterosexual mujeriego y garañón? Sin especular sobre la sexualidad del Emiliano real (no han faltado las voces que han afirmado su homosexualidad; pero aunque lo hubiera sido, en su época hubiera constituido un estigma social y no un orgullo contestatario como lo es en la actualidad), lo cierto es que esos atributos hace tiempo que también pertenecen a la sensualidad de la comunidad gay masculina. Más aún, estamos en el lindero histórico en el que próximamente no habrá atributos físicos inamovibles para representar los signos de excitación sexual: estos son variados, dúctiles, provisionales.
Asimismo, tanto Zapata como Speedy tienen como trasfondo una serie de palabras realizadas con el típico estilo del grafiti callejero de la Ciudad de México, resaltando que eso también es una identidad mexicana, que lo que comúnmente se soslaya como periférico o marginal (que, en muchos sentidos lo es, si lo contrastamos frente al aparato de Estado), constituye también un espacio de expresión, de significado y, por supuesto, de identificación simbólica dentro de enclaves específicos, que poseen vitalidad propia en la inmensidad de la mega urbe.
El busto de Zapata en compañía de Speedy González es un cuestionamiento contundente sobre las identidades; nos revela que detrás de éstas están imaginarios, ideologías y presupuestos que pretenden ser, pero nunca lo son ─no pueden serlo por principio─, descripciones concretas de la realidad.