Exposición: El Aleph

Laura Quintanilla en la Galería Óscar Román

Por: Emmanuel Razo

La Galería Oscar Román inauguró El Aleph de Laura Quintanilla, exposición homónima del cuento de Jorge Luis Borges. Título que revela, de cierta manera, los hitos creativos en la vida y la construcción del trabajo de la artista.

Quintanilla nos presenta, mediante una decantación de las constantes iconografías -temáticas y formales presentes a lo largo de su trayectoria artística- su propia versión de aquel microcosmos donde confluyen todos los tiempos y lugares.

Encontrarse ante un Aleph no es algo cotidiano. Después del de calle Anaya, el de Laura Quintanilla me resulta igual de asombroso y fascinante. El trabajo pictórico, escultórico, la instalación, el dibujo y la exploración digital que forman parte de la muestra, hace alarde de la evolución desde el sentido conceptual y formal con un gran virtuosismo.

Sin artilugios apocalípticos, Laura se adentra con su propuesta en el campo simbólico del posthumanismo. Su poética iconográfica y material discurre entre ciencia y alquimia, tecnología y técnicas milenarias, espíritu y cuerpo, historia y futuro, para situarnos, de manera sugerente, frente a la necesidad colectiva de pensar la subjetividad como lugar de resistencia y transformación creativa.

En su obra pictórica, el uso del encausto, el chapopote y los elementos plumarios no solo abundan en el resultado estético, sino que contribuyen a la apreciación conceptual de cada una de las piezas, como en el caso de “Origen”.

Metáfora de la discontinuidad que parece conjugar nuestra naturaleza humana en los diversos tiempos de nuestra dimensionalidad y temporalidad como especie. Mirarla es acudir a un tipo de bigbang evolutivo, continuo y hasta ahora inalterado en el devenir de nuestra civilización: ese universo microscópico donde se confunden los tiempos pues su trayectoria y perspectiva nos deja oscilando en el gerundio del acontecer.

El trabajo escultórico que forma parte de esta exposición adquiere una lírica singular. Figuras humanas y humanoides proveen diversas metáforas de la fragilidad, la mecanización y la transhumanización. Lo matérico y lo conceptual de nueva cuenta se conjugan como sugerencias de la artista.

De los expresivos y gestuales yesos, chapopote y pluma de la serie “El Origen” a las frías y carentes de toda expresión humana, resinas, plástico y metal de la serie Transhuman. Como una advertencia de que en la búsqueda de mejorar la especie extraviamos algo de nuestra condición humana: el sentir, la emoción, lo que nos hace frágiles. Ese algo olvidado cuando todo esfuerzo se encauza a la extensión de la vida, la longevidad, la fuerza física, la razón, la productividad y donde la sensibilidad humana no tiene cabida… aunque para eso nos quedará el arte.

Mirar el trabajo de Quintanilla inmersos en su poética y en su extraordinaria ejecución nos permite advertir que nos enfrentamos a una obra de arte concebida, de manera magnífica, para la posteridad.

Sus pinturas son escenas fantásticas de una especie humana inmersa en sus laberintos y para lo cual la artista emplea el recurso del encausto como sugerencia de lo milenario, no sólo mirando al pasado, sino al futuro; pues me parece, Laura pinta para aquellos espectadores que apenas vendrán, los que se encontrarán con su obra décadas, siglos y milenios adelante. Y ahí estaremos todos: inmersos en las encrucijadas que nos son comunes, entrampados en la ceguera del porvenir y engolosinados en la esfera de nuestras vanidades.

La elección del título de la exposición y las obras que la integran son un gran acierto. Este Aleph de la calle Julio Verne 14 no solo nos permite reencontrarnos con obras que reivindican el hacer artístico, también nos permite advertir la versatilidad y la estatura artística de Laura Quintanilla y descubrir en su obra el más allá de la memoria y la imaginación, pero sobre todo, el más allá de nosotros mismos y de nuestra extraviada capacidad de asombro.

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